La Catedral de Zamora fue construida en las décadas centrales del siglo XII y patrocinada por el rey Alfonso VII el Emperador y su hermana Doña Sancha.
Originalmente, era una gran construcción de tres naves, crucero y sendos ábsides. De las torres previstas, sólo se llegó a levantar la septentrional, a los pies del templo, de porte robusto y ciertamente poco esbelta. La cabecera se sustituyó en el siglo XV por otra gótica y el claustro se reemplazó en los siglos XVI y XVII.
Aunque todo el interior es digno de ser contemplado con cuidado, seguramente la parte más destacable de la catedral es el cimborrio, que para muchos es de origen bizantino, aunque no hay quien apunta que el origen es sencillamente francés.
Llama poderosamente la atención que, salvo unos poco cercanos al ábside sur, la mayoría de los capiteles sean completamente lisos con la parte superior imitando almenas. No sólo no llevan escenas esculpidas, sino ni siquiera motivo geométrico o vegetal alguno.
Por su parte, el cuerpo del templo es de tres naves de desigual altura, que están separadas por pilares de sección cuadrada con tres semicolumnas adosadas a cada cara, siendo las laterales más finas. Esta articulación permite que los arcos formeros y perpiaños -apuntados- sean doblados.
A pesar de las reformas, mutilaciones y añadidos adosados por doquier, la catedral románica zamorana sobresale por su impactante escalonamiento de volúmenes, especialmente por la enorme torre campanario que se yergue junto al hastial del templo, en su parte norte y por su cimborrio.
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